A don Paco le adeudo buena parte de una pasión que me ha acompañado desde que, apenas con siete u ocho años, mi tío Nino me llevó por primera vez al templo del Bernabéu. “Yo vi jugar a Gento”. Lo entrecomillo porque más que una frase es un orgullo. Nunca se me ha desprendido ese aroma a hierba que, a los más pequeños, nos llegaba desde la primera fila del fondo norte donde nos apretujaban para que, por estatura, pudiéramos ver algo.
Ni he olvidado el trasiego de las botas de vino o esos bocadillos gigantes que algunas peñas preparaban para engullir en el descanso y que llevaban a hombros sobre una tabla a modo de talla profana. Ni esa mi primera y proletaria bandera con un escudo que pinté con rotuladores Carioca, con el mismo esmero que Miguel Ángel lo haría con la Capilla Sixtina, en un trozo de sábana que madre me dio a regañadientes. Y esas chinchetas de las que me tuve que aprovisionar para clavarlas al palo de una escoba ya jubilada.
No guardo ese recuerdo de la última Orejona en blanco y negro, pero sí el calvario de la pertinaz sequía, que se decía en el franquismo, hasta que llegó la anhelada Séptima
Gento ya no era esa galerna que arrasaba a su paso hasta las briznas de las bandas izquierdas de los campos del mundo. Estaba a punto de la retirada. Pero era Gento, el futbolista que más Copas de Europa ha ganado y difícil es que alguien le arrebate ese trono. No guardo ese recuerdo de la última Orejona en blanco y negro, pero sí el calvario de la pertinaz sequía, que se decía en el franquismo, hasta que llegó la anhelada Séptima.
No pude ver los últimos cinco minutos. Demasiados nervios, demasiados recuerdos, demasiadas ausencias, la de mi tío Nino o la de mi padre, a quien le hicimos del Madrid cuando llegó a la capital como hincha del mítico Athletic de Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza. Dicen que el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes.
Nunca me he parado a teorizar porque entiendo que las pasiones no tienen más lectura que dejarse llevar por ellas. La mía por mi equipo ya ha superado el medio siglo y me da que se convertirá en cenizas conmigo. Don Paco tiene buena culpa de ello. Descansa en paz, galerna.
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