Tanto y tanto compartido, hermano, que no sé por dónde empezar. Te he llorado más que cuando ganamos la Séptima. Hazte una idea. Y lo he vuelto a hacer cuando he leído y releído esos últimos mensajes que nos cruzamos gracias a ese descomunal Nadal de la final de Australia. Y he llorado más cuando, la última vez que escuché tu voz, esa que estremecía sobre un escenario, fue para vernos este verano después de aplazarlo por la puta pandemia.
Calculamos a ojo los kilómetros que nos separaban. No muchos desde mi Almería a ese maravilloso Rincón de la Victoria que hoy aborrezco más que el infierno. Nunca hubo distancias, al menos entre nosotros, que alejaran el mutuo cariño. Y de eso, entre los dos, había para exportar a toda la UE. Tú con tus cosas, yo con las mías y cada uno con las suyas, pero nada ni nadie me robará de la memoria, al menos hasta este día desgraciado en el que te has ido, los buenos momentos compartidos en cerca de treinta años de complicidades.
Las cañas y los vinos, las risas y las penas, mis miedos cuando iba a verte al teatro, te callabas y se encogía el culo porque creía que se te había olvidado el texto. Las anécdotas cuando, para hacer una película, te preguntaban antes sobre tu vida y salud ¿Bebe usted? Lo normal. Bueno, igual por encima de la media, pero, en cualquier caso, lo normal en esos días de vino y rosas, de esa Latina siempre convertida en el mapamundi de mis mejores recuerdos.
Como esos homenajes gastronómicos en el Piluca, mano a mano, con aquel Las Terrasses del Priorato que tanto nos gustaba. O cuando leíste un pasaje de mi primera novela en la presentación y luego grabaste otro en aquel estudio al que nos llevó Justiño para acabar con la improvisada versión del ‘Sapo cancionero’.
O cuando te llevaron a Real Madrid TV a comentar un partido contra tu querido Depor y me felicitaste en pantalla por el triunfo. Tantos y tantos capítulos de esa serie en la que, por encima del extraordinario actor, siempre estuvo mi querido hermano Chetiño.
Podría seguir, pero hasta aquí me llegaron las fuerzas. Sé que gustaría un brindis en vez de unas lágrimas, pero solo te prometo intentarlo. De momento, cómo duele, amigo, cómo duele. Siempre en mi corazón.
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