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El largo espacio en que ya no estás

Hay fechas que, pese a las zancadillas de la edad a la memoria, uno no necesita buscar en el sabelotodo Google. Una fue el 31 de agosto de 1980. Tampoco el lugar escapa al salón principal de los recuerdos. Paraninfo de Filosofía B. Mucho menos unas circunstancias tan anómalas como que se fuera la luz en el concierto dos, tres o más veces. Daba igual. No hacía mucho que habíamos salido de una oscuridad prolongada y mayor.


Una Dictadura que los babyboomers (creo que así nos llaman) no sufrimos en carne propia, pero sí nos dejó cicatrices de opresión y mojigatería. Si uno no olvida los detalles formales cómo olvidar que había sacado dos entradas para invitar a ese mi primer amor, entonces no correspondido. No vino. Estuve solo, aunque no es del todo cierto. Las canciones de Silvio y Pablo me han acompañado siempre por mucho que dejara de escucharlas.




Hoy, recién conocida la triste noticia, como un resorte me ha asaltado la letra de ‘Para vivir’ sin laguna alguna. Uno de tantos arañazos del alma que me procuró este cubano grandote al que un día me crucé, y saludé, en las inmediaciones del Bernabéu. Un atasco de pasiones encontradas.


Entonces, con esos 18 años recién cumplidos, pese a la decepción de la ausencia de mi amada, la vida se vestía con camisetas de vivos colores, pero aun hoy, que lo hace con pantalones grises de tergal pese a que uno no se los ponga, Silvio y Pablo, Pablo y Silvio han sido dos de los mejores regalos que me dio la vida.


Tanto como para que, a primera hora de la mañana, después de años de silencio, recibiera en el móvil un mensaje de ese primer amor que pudo ser y no fue. Gracias, querido Pablo. El espacio en el que no vas a estar nos resultará de todo menos breve.

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