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Almeida, un ejemplo de superación

Aunque, como tal, no se recoja en la Constitución, el derecho a negar la evidencia es totalmente respetable. En mi caso, lo he intentado, pero me rindo. Admito sin atenuantes que el alcalde Almeida se ha convertido en todo un referente de la superación humana si es que a este género pertenece. Su vídeo en la cama elástica, rematado con ese salto de Superman de mercadillo ha marcado una cumbre que, ahí reside su talento, nadie puede decir en su sano juicio que no esté capacitado para sublimar en breve.



¿Si él ha llegado a ser el máximo regidor de la capital de España, qué no podrán hacer los demás? Me excluyo en la conjugación verbal porque he demostrado de manera holgada que, por ejemplo, me iré de este mundo sin ser capaz de montar un mueble de Ikea. Tampoco hay que engañarse. Hacer el ridículo cuando se aproximan las elecciones es tendencia generalizada entre la clase política.


Y alguna campaña, pocas menos que Viriato, uno se ha comido a lo largo de su trayectoria profesional para confirmarlo a pie de calle. Pero lo de Almeida es otra dimensión. Ese arrojo, esa inmunidad ante el rubor, esa fiesta permanente en la que vive celebrando una responsabilidad que ni él mismo, aun hoy, se acaba de creer, ese esperpento continuo que protagoniza junto a la prima IDA, la que de verdad parte el bacalao en Madrid, provoca un bochorno ajeno mayúsculo. También muchos votos.


Eso es, de lejos, más sonrojante que este alcalde que se cree tan gracioso como le hacen creer los muchos palmeros que le rodean. Una cosa es ser cercano y otra ir de graciosillo de la clase mientras las aulas están llenas de mierda, la pizarra se cae a cachos, tienes el colegio en general hecho un asco y, básicamente, te la sopla todo menos ver si te sale novia. Se ve que la seriedad en la gestión de lo público nunca se va a hacer viral y, si tampoco te hace falta, para qué pensar con lo simpático que soy.

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